EL interés por las razas ganaderas autóctonas crece en todo el mundo y, especialmente, en los países desarrollados de Europa y América.
España aún cuenta con un buen número de razas autóctonas que la sitúan en un estado privilegiado en Europa occidental, aunque desde los años 60 hayan desaparecido algunas variedades locales por el cruzamiento con razas foráneas.
Aunque Extremadura ha sido una región pionera en aceptar este intenso proceso de desarrollo tecnológico-agrario es una fortuna que conservemos razonablemente bien algunas de estas razas vinculadas a la dehesa que, no obstante, sufren los avatares de los modernos sistemas de manejo y alimentación, y el crecimiento desmesurado de sus poblaciones, estimulados por las 'primas de Bruselas' (caso del ovino) o el incrementos de precios en el mercado (caso del porcino).
Pero la producción para el mercado de razas autóctonas sufre la superproducción ganadera estabulada y la competencia fraudulenta de los que venden gato por liebre que amenazan a muchos ganaderos embarcados en sistemas extensivos, que aunque de menor rendimiento y superiores costes privados, aportan mayores bienes públicos a la sociedad.
El problema más urgente para nuestros políticos en su interés por favorecer la oferta de bienes públicos es implantar los contratos territoriales previstos en la reforma de la PAC con el fin de evitar la desaparición de aquellas razas más amenazadas por haber quedado fuera de una demanda de mercado suficientemente remuneradora, mientras que cada día sus productos son más apreciados por el conjunto de la sociedad por contribuir al mantenimiento de la diversidad genética y a un patrimonio histórico y cultural que debemos conservar para transmitirlo a nuestros nietos.
Me refiero a razas como la vaca blanca cacereña, el caprino retinto y verato, a la variante de oveja merina negra, al mastín español (o extremeño-leones) y a algunas razas de gallinas que aún podrían conservarse a un coste tolerable.
Esta recuperación requiere la colaboración de ganaderos y criadores privados que ayudados por las asociaciones y por las distintas Administraciones a la hora de establecer apoyos concretos a estas razas, pudieran poner a salvo los efectivos existentes, para impulsar programas de recuperación y extensión de estas razas dirigidos a un triple mercado: el de carnes, pieles, huevos, quesos, muy específicos y bajo sistemas de manejo y alimentación extensiva o ecológica; el de venta de reproductores para un potencial de nuevos criadores, de pequeña escala en muchos casos, que estaría dispuesto a intervenir por razones no sólo comerciales sino culturales e incluso de autoconsumo; y al mercado del turismo de naturaleza cultural y gastronómica.
Esta tarea está siendo realizada por un asociacionismo en alza, con resultados en algunos casos bastante dignos, con razas asnales (andaluza, zamorana, catalana), con bovinas (blanca cacereña, rubia gallega, morucha, mostrenca, mertolenga portuguesa, etc.), y con gallinas como la castellana negra, la del Prat, la andaluza perdiz, la extremeña azul, etc.
Las asociaciones de defensa de la naturaleza, organizaciones agrarias y la redes de desarrollo rural, con el apoyo técnico de la Universidad y la Administración, podrían encontrar en esta tarea nichos de creación de empleo interesantes para jóvenes emprendedores, técnicamente bien formados, al tiempo que motivan a sectores sensibles de la población a colaborar en un gran programa de recuperación de nuestras razas autóctonas, y al desarrollo de un mercado especializado de gran provenir.
Vía: http://www.hoy.es/20090930/opinion/nuestras-razas-20090930.html