Emilio de Benito.EL PAÍS.
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Si se pregunta a un individuo medianamente formado por la especie más
amenazada de la Península Ibérica seguramente dirá que el lince o el oso pardo.
Y tendrá parte de razón. Porque hay otro grupo de animales en los que nunca se
piensa, y que también están en peligro de extinción. Son los domésticos, cuya
biodiversidad está amenazada. En el mundo, aproximadamente representan el 22% de
las razas, indica la Agencia de la Alimentación de Naciones Unidas (FAO).
España no es una excepción. La raza asnal majorera, la gallina ibicenca, la
jaca navarra, la cabra payoya, la oveja xisqueta, el cerdo gochu asturcelta y la
vaca cachena son solo algunos de los casos (uno por animal) de los que se ocupa
la Federación de Razas Autóctonas Españolas (Federapes). Su secretario, José
Ramón Justo, pone un ejemplo: las cabañas de vacuno están copadas por unas ocho
grandes razas; en la lista de amenazadas hay 32. Contando todas, desde asnales a
porcinas, son más de 120.
El interés de conservarlas tiene una sólida base. “Las razas autóctonas son
importantes en la agricultura, ya que están adaptadas a condiciones locales a
menudo duras, poseen material genético único importante para los programas de
mejora genética y suelen ser uno de los pilares del sustento de los hogares
pobres, ya que son más fáciles de mantener que las razas exóticas. En un mundo
amenazado por el cambio climático, las razas que son resistentes a la sequía, el
calor extremo o las enfermedades tropicales, tienen un gran valor potencial”,
indicó la FAO en una reciente reunión del grupo de trabajo técnico celebrada en
Roma, con asistencia de representantes de más de 100 países.
Justo pone como ejemplo la raza cachena, un tipo de vaca adaptado a vivir en
las montañas gallegas. “Si se la lleva a un sitio llano y caluroso, no rinde. Y
lo mismo sucede al revés. Hace poco fuimos a ver unas ovejas en una explotación.
Eran de una raza foránea. No podían estar en el exterior porque los corderos se
habrían helado, y había que alimentarlos con pienso. Pero en vez de utilizarlo
para engordar, lo gastaban en producir calor”, pone Justo como ejemplo.
La idea de la FAO y de las autoridades de muchos países es conservar esa
riqueza, en parte porque todavía es útil, y, en parte, por lo que pueda pasar.
“Hay que tener en cuenta que si un animal desaparece, luego no lo podemos
fabricar”, indica Justo. E incluso en países donde la clave no es asegurar el
alimento, como España, “cada animal es una fuente de diversidad alimenticia”,
dice el experto. Porque incluso razas que parecían inútiles una década —y que,
por tanto, estaban condenadas a desaparecer si se aplicaba un criterio puramente
economicista— han resultado después un filón. Y Justo pone el ejemplo del cerdo
ibérico. “En los sesenta y los setenta estuvo hasta en riesgo de extinción.
Nadie quería ese animal que producía una carne con tanta grasa. Y ahora hay
tanta demanda que hasta hay fraude y se intenta hacer pasar por ibérico lo que
no lo es”.
La buena noticia es que experiencias como esta y otras similares en todo el
mundo han hecho que los gobernantes tomen medidas. Igual que hay un banco de
semillas en la isla noruega de Svalbard, se han tomado iniciativas para
conservar las razas autóctonas.
“España es una potencia”, dice Justo. Hay bancos de germoplasma como el de
Galicia, y se quiere crear uno nacional. Y hay ganaderos que se dedican a
conservar las especies menos solicitadas actualmente. “Está todo muy regulado.
Hay indicaciones estrictas sobre el número de animales. Porque hay que evitar
problemas como la consaguineidad. Exagerando, no sirve de nada que un ganadero
tenga mil animales si todos son hembras. Y hay que asegurar que haya una
variedad genética para que la raza no se debilite”.
Los éxitos están ahí. Por ejemplo, en 1961 solo había nueve ejemplares de
vaca cachena en el campo. Hoy son más de 2.500. “Lo importante es que la gente
se dé cuenta de que esto va más allá de la rentabilidad a corto plazo. Las razas no aparecieron porque un día los animales se juntaron y dijeron: ‘Somos
una raza nueva’. Es que eran útiles, y pueden volver a serlo. La diversidad es
una ventaja competitiva. Piense que hay países que no tienen un plato típico,
como Canadá. En cambio, en España, cada región tiene un queso. Y eso no te lo
pueden copiar. Se pueden llevar los animales a China, pero si no está en su
ambiente, en el entorno en el que evolucionó, no conseguirán nada”, dice el
experto.
Además, nadie está a salvo de una catástrofe, “de una epizootia que acabe con
prácticamente toda una raza”. “Y empezar de cero puede llevar de 20 a 25 años”.
Por eso, por si acaso, más vale tener una reserva.